Educación para la familia: la escuela no es sólo para las niñas, niños y adolescentes

Una de muchas estrategias provechosas para efectos de alcanzar una educación de calidad es matricular familias, en lugar de sólo al niño o niña. Suena algo extraño, pero es completamente coherente, si se tiene en cuenta que la educación de las niñas, niños y adolescentes es mucho más efectiva cuando se involucra a la familia en el proceso. A esta reflexión llegué casi desde el inicio de mi ejercicio docente. Y la nueva normalidad introducida por la pandemia ha refrendado esta necesidad, pues, nunca como hoy se había demandado con tal vehemencia la participación de la familia en el proceso de enseñanza y aprendizaje de los estudiantes.

¿Cuáles son las dificultades?

Por un lado, cunde en muchas familias la idea de una “escuela-guardería”, en la que se lleva al niño/a para que se encarguen de él mientras los padres o cuidador/res cumplen con sus responsabilidades laborales. Es como un parking de niños/as. Ahí se les puede estacionar, están en una zona “segura”, y sus familias o cuidadores se pueden desentender de ellos mientras trabajan o realizan cualquier otra actividad.

Por otro lado, la falsa concepción de que la obligatoriedad de la educación recae exclusivamente sobre la escuela. En esto se combinan, por lo menos, tres estamentos sociales a saber: el Estado, la escuela y la familia. El más importante, la familia, la primera escuela, la escuela por excelencia. Sobre las bases que ésta le simiente al niño/a, la escuela y la sociedad le ayudará construir (educar) lo demás.

También están los estudiantes que asisten en calidad de “huérfanos”. Aun viviendo con sus padres, están arrojados en el mundo “sin Dios y sin ley”, carentes de toda manifestación de afecto y cuidado, y desprovistos de auténticos referentes de autoridad. Para ellos, la escuela se convierte en un “escampadero”, en el que pueden pasar algunas horas de esparcimiento y compartir, pero sin una notable injerencia de sus familias en su educación escolar.

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Factores como el de la pobreza extrema y la falta de formación profesional, técnica, laboral, incluso, escolar de las madres y padres de familia y de los cuidadores tienen una incidencia directa en el grado de conciencia que se tiene respecto a los deberes de éstos con relación al proceso educativo de los menores. Añádase a estos factores el analfabetismo de algunos cuidadores, el embarazo adolescente, la drogadicción, el trabajo infantil y la falta de políticas públicas efectivas y con enfoque de inclusión en los sectores marginales y rurales.

Sin duda, hay otras tantas dificultades a las que se enfrentan las instituciones a la hora de involucrar a las familias en el proceso de formación de los estudiantes. No obstante, vale la pena considerar una más: la nueva normalidad introducida por la Pandemia Covid-19. Una de las primeras y más importantes medidas que se tomaron en la mayoría de los países fue el distanciamiento social y el cierre de los establecimientos educativos, abriendo paso así a la mediación digital y la educación a distancia.

En consecuencia, se hizo evidente que el rol de la familia y los cuidadores juega un papel fundamental en la educación de los menores. No obstante, la brecha digital, las zonas de difícil acceso y la falta de recursos en muchas instituciones dificultan el involucramiento de las familias y, por ende, la participación-activa de los estudiantes en el proceso de enseñanza y aprendizaje.

¿Por qué es importante y necesaria esta reflexión?

Bien, mucho se ha dicho sobre la importancia de la familia en la educación de los hijos en el ámbito escolar. Pero hace falta potencializar, desde las políticas de Estado, en los Proyectos Educativos Institucionales, en la construcción curricular y, desde luego, en el plan o programa de aula, una educación que genere un mayor impacto en el núcleo familiar del estudiante, desde todas y cada una de las áreas de estudio. No se trata simplemente de enseñar principios para valorar a las familias. Sino de generar estrategias pedagógicas y didácticas serias, bien pensadas, que logren involucrar y afectar positivamente a la familia.

Seguramente, muchas instituciones le apuestan con gran ahínco a involucrar a la familia en el proceso de formación. Pero, debería crearse un mecanismo con efectos reales que suponga, demande y garantice la participación-activa de las familias en los procesos formativos de los menores. Esto es, matricular familias en lugar de sólo a las niñas, niños y adolescentes. Por ejemplo, que la planeación de la clase de matemáticas, educación física, o cualquier otra área, busque no sólo alcanzar los Derechos Básicos de Aprendizaje, sino generar impacto en la familia de los estudiantes; y que la participación de las familias no se limite a matricular, recibir informes o participar de las charlas de la “escuela de padres”.

En la medida en que proyectemos y logremos matricular familias, nos aproximaremos a una educación efectiva, afectiva, de calidad y con sentido liberador. He aquí la pertinencia e importancia de detenernos a pensar el enunciado que encabeza esta columna “Educación para la familia: la escuela no es sólo para las niñas, niños y adolescentes”. Por ello, querido lector(a) espero que, sin importar cuál es tu rol dentro de la educación y teniendo en cuenta que este es un asunto que corresponde a todos los miembros de la sociedad, te pregunto: ¿Qué puedes hacer para contribuir con esta necesidad?

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