Educación efectiva: una “pedagogía de la belleza”

La esposa__Amor, se acerca el tiempo de matricular a María.

El esposo__Cierto. Ya está en edad escolar.

La esposa__Necesitamos llevarla a una buena escuela, que sea efectiva, con un proceso de formación integral, que le ayude a desarrollar las competencias necesarias, como su inteligencia emocional y que atienda a sus necesidades y habilidades particulares.

El esposo: ¡mhhh!

El común denominador de los padres/madres de familia, cuidadores y de las instituciones educativas en todos los niveles, en cuanto a la formación de la niñez y la juventud, es conseguir que la educación que se les brinda sea de calidad y los forme de manera efectiva e integral. Pero, ¿Cómo hacerlo? ¿Existe una educación efectiva? El problema en sí mismo no es tan complejo, como complejo lo hacen las variadas circunstancias e intereses a los que debe corresponder el aparato institucional. Por ejemplo, no bajar la guardia en cuanto a la deserción escolar, los índices de calidad, el recorte presupuestal que incorporan los gobiernos, las competencias digitales, la brecha digital, las competencias socioemicionales, la delincuencia, la drogadicción, los problemas ambientales, entre otros.

          ¿Qué se puede hacer?

Para poder llevar un proceso efectivo y afectivo en educación, es decir, llegar a afectar en sentido positivo y producir el efecto esperado en los sujetos de enseñanza-aprendizaje, es necesario hacer una lectura atenta de los actores que están involucrados en la misma. Partiendo de un presupuesto fundamental: el conocimiento tiene que ser una construcción democrática (construcción colectiva, que comporte y soporte los disensos), que demande sujetos activos en su propio proceso de aprendizaje (los estudiantes) y sujetos de la enseñanza con un rol más mediador que de poseedor del saber (el docente), y no un dictado dogmático.

Otro presupuesto básico e imprescindible, es la claridad de que los niños al ingresar al sistema escolar, no lo hacen como tabula rasa, carentes de conocimientos, saberes y experiencias, y que, por tanto, la educación de la persona no inicia en la escuela. Esto es, al inicio no tenemos estudiantes vacíos, sino que, con lo que son, lo que saben y lo que han vivido, deben potenciar ciertas habilidades que los conlleven a lograr transformaciones y creaciones a partir de lo que aprenden.

Es urgente diseñar un currículo pertinente

Urge la necesidad de construir propuestas curriculares que le apuesten a una participación más activa de parte de los estudiantes. Debido a que la educación escolar ha sido desarrollada durante siglos, de tal manera que el estudiante se limite a recibir la información y conocimientos que le imparte el docente, se ha convertido en una actividad tediosa y en contados casos logra impactar-afectar a los estudiantes.

Un detalle que resulta contraproducente en el sistema escolar de países latinoamericanos, es que los sujetos en la escuela tienen que ajustarse a una serie de estándares y lineamientos curriculares, los cuales han sido pensados, generalmente, desde la comodidad de un escritorio o espacio creativo centralizado. Dicho de otra manera, las políticas educativas son concebidas desde las oficinas del Ministerio de Educación y no desde la realidad concreta del contexto escolar. Lo pertinente es que éstas sean pensadas desde la realidad concreta de la escuela.

En este sentido, para muchos ya sonará desgastada la denuncia que reclama a las autoridades educativas estatales, lo inconveniente que resulta evaluar con el mismo sistema, esquema y contenido (pruebas estandarizadas) a estudiantes de estratos socioeconómicos altos, de instituciones privadas, con aseguradas garantías sociales, políticas, económicas, recursos didácticos y tecnológicos abundantes, y a estudiantes de estratos bajos, campesinos y/o en situación de marginalidad o pobreza extrema.

La anterior es una clásica protesta contra las políticas ministeriales. Ahora bien, podrá argüirse que los estándares y lineamientos curriculares deben ser ajustados y contextualizados a la realidad y las necesidades de cada establecimiento educativo. Sin embargo, no deja de ser una camisa de fuerza y un condicionante que impide, en muchos de los casos, un verdadero proceso de construcción curricular que responda a las necesidades reales de cada comunidad educativa.

Por ejemplo, cuando se piensa en la construcción de los planes de área, la pregunta prima es ¿Qué enseñar? Y la respuesta a esta cuestión ya viene viciada, puesto que la norma vigente es la que dicta las áreas que deben ser estudiadas en los establecimientos educativos, y aunque no prohíbe que se incorporen otras disciplinas del conocimiento, de por sí representa un reto/dificultad enorme para la efectividad y eficiencia del proceso de enseñanza-aprendizaje de los saberes en la escuela. Esto es, casi que se pretende que los sujetos en la escuela se sumerjan en un amplio mar de conocimientos, pero sin profundidad y, lo que es peor, en la mayoría de los casos no se privilegian los intereses de cada estudiante con relación a los contenidos, al tipo y ritmo de aprendizaje.

          El papel de la lectura y la escritura

Ejercicios básicos e importantes como leer y escribir, no logran ser reconocidos por la mayoría de los estudiantes como lo que son, herramientas y recursos útiles para la transformación de la educación, de la realidad (propia y circundante). El esfuerzo escolar gira en torno a la idea de enseñar la lectura y la escritura como algo meramente útil para “hacer tareas”. Cuando de lo que se trata es de acciones útiles para acceder a la formación, transformación y emancipación; toda vez que la lectura abre los sentidos, ayuda a desarrollar la capacidad de pensar por sí mismos, a tener una mejor y mayor comprensión del mundo, permite acceder a otras perspectivas sobre la realidad y la forma cómo el ser humano se relaciona con ésta, consigo mismo, con los otros, con lo Otro.

En este orden de ideas, quien no cuenta con recursos para explorar y conocer el mundo, en la lectura encuentra una posibilidad y una oportunidad propicia para hacerlo. En cuanto al escribir, esto sí que puede resultar un acto liberador. Es una oportunidad trascendental con la que cuenta la persona, es darse, es transmitir lo que se es, tiene, piensa; es la posibilidad de reinventar el mundo, es poder resignificar la propia vida, es una oportunidad ideal para quien pensar diferente implique arriesgar la vida. La escritura es, en resumidas cuentas, la oportunidad más concreta de ser “uno mismo”.

             Conceptos claves: “planeación” y “planificación”

A la hora de desarrollar el ejercicio docente y todo lo que implica vivir en y para la educación, las preguntas orientadoras de la pedagogía (qué, quién, a quién, cómo, dónde, por qué y para qué enseñar) son piezas estructurales. Así las cosas, hay un par de conceptos claves que acompañan el antes, el durante y el después del acontecer de los procesos y actividades educativas: “planeación” y “planificación”. Estos dos conceptos son básicos y se reclaman el uno al otro, de manera que nada de lo que se planee, puede alcanzarse de forma efectiva, sin la respectiva planificación. Así, pues, tanto la planeación como la planificación, requiere de un proceso serio, reflexivo, constante, continuo y evaluativo. El primero se prolonga en el tiempo, el segundo se da en el día a día.

         Lograr una educación efectiva, una “pedagogía de la belleza”

Tanto la planeación como la planificación, conceptos que muchas veces son utilizados de manera indistinta, junto con las cuestiones que parten del “qué” y desembocan en el “para qué”, están inevitablemente advocados a desarrollarse de la mano con la lectura y la escritura. Pero, no siempre es claro para qué se enseña a leer y a escribir. Peor aún, pocas veces los estudiantes llegan a la claridad de la cuestión “para qué leer y escribir”.

Lo anterior, constituye una gran limitante para conseguir una educación efectiva, sobre todo si lo que se quiere es llegar a afectar a los estudiantes, llegarles al corazón, es decir, enamorarlos y despertar en ellos la pasión por lo que se estudia, por lo que se aprende y no un mero adoctrinamiento o insulso proceso de memorización, sino un proceso que conduzca al estudiante a un estado de perfeccionamiento continuo, virtuoso, que comporte, incluso, el cuidado de sí, el cuidado el otro, como el ideal de la escuela pitagórica que cultivaba la formación guiada por la “pedagogía de la belleza”.

La belleza, en su definición humana, la concebían los pitagóricos como exaltación del individuo a su propia perfección a través de dos medios complementarios: el desenvolvimiento integral de sus facultades físicas, morales e intelectuales, y como una progresiva incorporación del propio arquetipo o modelo divino.

(J. Maynade, 1979)

Volvamos a insistir en la cuestión del “para qué se enseña”. Ya se ha dicho que es crucial para la efectividad y afectividad de los procesos de enseñanza-aprendizaje. Por eso, si la planeación y planificación de los procesos educativos garantiza la claridad a este asunto, podrá tener mayor sentido el ejercicio de enseñar y la aventura de aprender. Es decir, que tanto el sujeto de enseñanza, en su planeación y planificación tiene claro el “para qué de aquello que enseña”, como el sujeto aprendiz, en su rol de sujeto activo en función del aprendizaje, desarrolla la conciencia sobre el sentido de “ser sujeto de saber” en la escuela; podrá, entonces, gestarse un nuevo paradigma de la educación.

En este paradigma el docente, atento a la realidad de sus estudiantes, tomando nota de sus intereses y necesidades reales, aprendiendo mientras enseña (dejarse enseñar), siendo cada vez menos protagonista y más un mediador, sin renunciar a su perfil ejemplar y prospecto de vida; y los sujetos de aprendizaje -los estudiantes- en la actitud de quien es capaz de aprender de manera autónoma y colaborativa, con la docilidad y humildad de quien reconoce en el otro a alguien que tiene mucho por enseñar, con un rol más protagónico en el aprendizaje, haciendo de la lectura y la escritura su escudo y espada para vencer la ignorancia, la pobreza, la violencia y liberarse de cualquier fuerza externa que intente subyugarlo.

         “Volver a lo esencial”

Conviene leer el artículo del diario El Colombiano sobre las “cosas que nos enseñan en la escuela y no sirven”, en la que el pedagogo Julián de Zubiría insiste en la importancia de “volver a lo esencial”. Lo que señala/denuncia es un sistema educativo basado en la memorización de una cantidad de información que resulta “impertinente” y en poco o nada aportan a desarrollar la capacidad de pensamiento crítico.

En este sentido, la educación o los saberes que se tejen en la escuela están lejos de lo que intentamos plantear en esta reflexión, esto es, la práctica pedagógica de los sujetos y saberes en la escuela no cumple su función emancipadora. De ahí que de Zubiría destaque la incapacidad de la mayoría de los jóvenes colombianos de hacer “lectura crítica” de los textos y de la realidad-sociedad-historia.

La gran mayoría de cosas que hoy se enseñan en los colegios, la gran mayoría, son impertinentes, no las usamos en la vida y lo que uno necesita en la vida, no se lo enseñan en la escuela.

(De Zubiría, 2017)

Por lo anterior, se hace necesaria la ruptura de la relación del sistema escolar que se erige en la verticalidad, para convertirse más en una relación de acompañamiento, es decir, dejar de estar “frente” al estudiante y de espaldas a la realidad, para situarse con-el-estudiante de “cara” a la realidad. Suscitar en el sujeto-estudiante el amor por el conocimiento. Propiciar prácticas metodológicas y enfoques temáticos que contribuyan a su emancipación, pero también a la emancipación del maestro. Cultivar -valga la redundancia- la cultura del aprendizaje, del aprendizaje autónomo y colaborativo, que forme conciencias críticas, sujetos capaces de responder a los fundamentos de la educación en el contexto histórico en el que vivimos.

         En conclusión

La educación debe construir su efectividad, su “pedagogía de la belleza”, sobre una base sólida, acompañando con tacto pedagógico a los sujetos de enseñanza-aprendizaje, para que estos puedan emanciparse. Dicho de modo más contundente, para que puedan:

Aprender a aprender, pues, el sujeto-docente no es dueño del conocimiento ni mucho menos dueño de la verdad. En este sentido, la escuela debe promover la autoformación, que se entienda y asuma que los personajes históricos conocidos como autodidactas, no son sacados de cuentos de hadas, sino sujetos que decidieron aprender a aprender, a amar el conocimiento y a reinventarse ellos mismos y su realidad circundante a partir de la adquisición autónoma del saber y la producción de nuevos conocimientos y nuevas formas de entender y habitar el mundo.

Aprender a ser, por lo que la escuela debe apostarle a la liberación del individuo, que aprenda a ser coherente. Para lo cual se requiere que haya una profunda comunión entre el ser-pensante que es el estudiante y aquello que se estudia, sin que esto signifique asumir siempre eso que conoce como verdad absoluta. También debe forjar criterios para sospechar y disentir de las presunciones dogmáticas de verdad.

Aprender a hacer, esto operaría una profunda e irreconciliable ruptura con el ideal sistemático de la educación como adecuación, pues, no se trata de aprender a repetir un ordo ritual que permita encajar al aprendiz en la dinámica inalterable de las fábricas y de la norma, que se adecúe, como sí de educar a un sujeto con iniciativa, con criterios, capaz de desarrollar el germen de divinidad que hay en él, ser creador.

Finalmente, aprender a convivir. Ciertamente, vivir con otros es una realidad compleja, no en sí misma, sino por el conflicto de intereses que van confeccionando la historia de los colectivos humanos. Este aspecto requiere de una mayor atención, no sólo de parte de los docentes que trabajan en disciplinas humanistas, de corte ético o religioso; también el matemático, el químico, el artista y los de los demás campos del saber, tienen que contribuir y aportar a la sana convivencia; sus temas de estudio y sus propuestas metodológicas tienen que apostarle a que el lugar que habitan los sujetos-estudiantes y los sujetos-docentes, sea un mejor “vividero”.

Referencias:

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