Cierto día recibí una llamada de un adolescente que había sido mi estudiante, lo hizo para compartirme su alegría por haber recibido un incentivo, tras ganar un concurso de cuento al que le motivé a participar, pues, había mostrado en clases que sus productos eran de muy buena calidad narrativa. Eso fue grato, pero mayor fue mi regocijo interior, cuando me dice, “profe, el principal motivo de mi llamada es para agradecerle por haberme enseñado lo más importante: aprender a creer en mí mismo”.
Esas palabras me conectaron, automáticamente, con mi persistencia en promover unas dinámicas evaluativas que conduzcan a convencer a los estudiantes de que ellos tienen un gran potencial, todos son inteligentes y capaces, con grandes destrezas y dones para explotar. Insistencia que está acompañada de honestas aclaraciones, como, por ejemplo, la escuela, la familia y la sociedad no hacen lo suficiente por ayudarnos a desarrollar tales capacidades, así que de cada uno depende si se potencializan o se desperdician; como el hombre de la parábola que puso a producir sus “talentos” y logró multiplicarlos, o el que prefirió enterrar el “talento” por temor a perderlo.
Este mismo estudiante me hizo recordar, que había tenido tropiezos con él porque, al parecer, yo había sido injusto en su evaluación, pues, a muchos de sus escritos y productos les hacía correcciones y recomendaciones para mejorar, cuando él mismo se percataba de que otros productos de sus compañeros, aparentemente de menor calidad y extensión, no les hacía tales recomendaciones, mas las calificaba sin mucha objeción. Mucho me costó convencerlo de que todos no tenemos las mismas capacidades, que si le hacía más recomendaciones a él era porque había descubierto su enorme potencial crítico, argumentativo y creativo. Sin embargo, no era extraña su actitud, pues, era consecuente con la idea que reduce la evaluación al mero de acto de calificar, o en el mejor de los casos, desconocer las etapas de la evaluación y quedarse únicamente con la evaluación sumativa (Peláez, 2004).
En este sentido, la evaluación puede ser una enorme contribución para convencer a nuestros estudiantes para que lleven sus competencias a un nivel superior, en otras palabras, cuando se apuesta a una evaluación formativa, se contribuye a que los estudiantes aprendan que es posible desarrollar en un alto nivel el potencial de nuestros cerebros, sin que ello implique un exceso de confianza o una imprudente obsesión con el optimismo, que pueda conducirnos al fracaso o a crear una NO tolerancia a la frustración. El punto es complejo, no tanto porque no sea fácil aprovechar al máximo la plasticidad del cerebro, como por el déficit de aplicación de estrategias y actividades de enseñanza y aprendizaje que trabajen el asunto de las inteligencias múltiples, la didáctica diferencial o la inteligencia emocional, desconocidas muchas veces en los procesos de evaluación.
Toca empezar por des-convencer al cerebro del estudiante de lo que, probablemente, ha debido absorber a lo largo de su crianza, especialmente en las correcciones de sus padres que apelan a un lenguaje no asertivo: “eres necio”, “no seas inquieto”, “eres muy mezquino”, “eres un bueno para nada”; y en su educación escolar, la idea de que evaluar es lo mismo que calificar... Claro, antes, el educador/a debe comprender un mínimo necesario, las funciones básicas de la mente humana: función consciente y función inconsciente. Atención a esto. Es preciso clarificar que la mente inconsciente cumple funciones vitales, pero no diferencia entre verdad y falsedad, todo aquello que se inserta en ella, se reflejará involuntariamente en la forma de pensar, expresarse, asimilar la realidad y en el estilo de vida, entre otros.
Conviene desempolvar una vieja claridad del psicoanálisis: el poder de la sugestión. Bien aprovechada por las nuevas formas religiosas de corte pentecostalista, los creativos de la publicidad, o los dueños de organizaciones tipo outsourcing, bien extendidas en países latinoamericanos. Estas y otras estructuras proselitistas y mercantilistas buscan convencer y afiliar al mayor número de adeptos posible, utilizando el poder sugestivo, no sin antes haber identificado sus debilidades y necesidades -dicho sea de paso, una alusión a la propuesta de “evaluación diagnóstica del grupo de investigación en Educación en Ambientes Virtuales (Peláez 2004)-. Jugar con la fragilidad psicológica es el punto fuerte de la sugestión. Esto puede ser entendido como el convencimiento, muchas veces fanático, de algo que puede ser irreal, fantasioso o ilusorio.
¿Por qué es posible esto? Entre otras razones, por la plasticidad del cerebro. Justamente, una de las funciones mejor estructuradas en el maravilloso órgano cerebral es el asunto de la fe o del creer. Una vez las ideas logran hundirse en las profundidades de la mente inconsciente, la persona actuará automáticamente en orden a aquello que le estimule en este sentido. A propósito, como docente de Educación religiosa, muchas veces he tenido que referenciar en el aula esta cita: “cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir” (Romanos 12,2b). Por ejemplo, en Japón, el ciudadano promedio en un momento de lluvia toma un paraguas, que no es de su propiedad, para su beneficio, pero pronto lo devolverá al sitio de donde lo tomó, sin la necesidad de realizar un juicio ético, es decir, no tiene que decidir si apropiárselo o no, porque hace parte de su inconsciente colectivo el “no-robar”.
Así, pues, si el cerebro humano es susceptible de creer, y ello implica unas transformaciones en el ser y en el hacer de la persona y, consecuentemente, en su entorno, ¿Por qué no emplear una “evaluación retroactiva” (Peláez, 2004) que invite al estudiante a creer en el enorme potencial que cargan sobre sus hombros y participe de una forma “proactiva” e “interactiva” (Peláez, 2004) en su proceso formativo?
Enseñar a los estudiantes a que crean en sí mismos debe ser una de las más vehementes apuestas de las instituciones educativas en materia de evaluación. Mi propuesta no consiste en dejar a Dios por fuera de la ecuación, sino suscitar en los escolares la firme convicción de que han venido al mundo con una fuente inagotable de ingenio y creación [divina, si se quiere], que brota de nuestro interior para trascender nuestras limitaciones y trasformar/mejorar la realidad, en función del bien común y la paz global, tal y como se ha sugerido por Conley, “pasar de la base de la pirámide, para convertirse en modelo de transformación para el mundo” (2010). Ahora bien, todo esto tiene con las TIC una puerta abierta hacia un universo de posibilidades, en el que, diversificando en la red los medios para la retroalimentación, interactividad y cooperación, la evaluación puede catapultar las dinámicas de enseñanza y aprendizaje a máximos históricos.
Referencias:
Conley, C. (2010). Midiendo lo que hace que la vida valga la pena. https://www.youtube.com/watch?v=UROCz70tlMY&feature=emb_logo
La Biblia de Estudio Dios Habla Hoy (1994). Sociedades Bíblicas Unindas. Ed. Carvajal S. A. Colombia.
Peláez Cárdenas, A. (2004). Propuesta de evaluación de los aprendizajes para la educación en ambientes virtuales. Grupo de investigación en Educación en Ambientes Virtuales (EAV). Universidad Pontificia Bolivariana.
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