¿Me va a enseñar usted a mi jovencito?
Tengo la percepción de que, poco a poco (aunque falta mucho), las nuevas generaciones de docentes han ido renunciando a esa arrogancia e intransigencia con la que se creían revestidos los docentes de antaño, suscritos a un modelo educativo que los postulaba como “dueños” o “poseedores” del conocimiento. Sin duda, era la típica relación vertical y autoritaria de las escuelas tradicionales, en las que se concebía al estudiante como un actor casi inánime, receptor perpetuo, condenado a una pasividad inalterable, destinado a engullir un cúmulo de contenidos y teorías, sin el menor atisbo de conexión con el contexto y realidad particular del sujeto (a esa escuela asistí).
¿Qué tanto aprende un docente de sus estudiantes?
Hoy la realidad es otra. Uno de los aspectos para salir de la crisis de las escuelas aburridas y repletas de estudiantes que no quieren “recibir” clases, es empezar a aprender de ellos, escucharlos. Ciertamente, tengo un colega que insiste: “hay que escuchar más a los estudiantes en cuanto a lo que quieren aprender, esto es necesario”. Totalmente de acuerdo. Se supone que en la construcción del currículo todos los miembros de la comunidad educativa deben participar. Sin embargo, la injerencia de nuestros estudiantes es sumamente fría. No es su culpa. Hay que romper con esa dinámica que, a veces, parece más una simulación del aprendizaje, o como dice Martín-Barbero, “los maestros hacen como que enseñan a alumnos que hacen como que aprenden” (2009). Es urgente tomar distancia de esos modelos educativos y, entre otras cosas, empezar a escuchar/aprender de todos los sujetos involucrados en la escuela, especialmente de los estudiantes.
¿Puede un médico prescribir un fármaco sin antes escuchar (examinar) al paciente?
Para poder acompañar de manera honesta el proceso de aprendizaje de los estudiantes hace falta poner la mirada en lo que les importa, individualizarlos, identificarlos, conocer sus intereses, motivaciones, qué los emociona, qué los inspira. Pero, hay una barrera (susceptible de ser superada), el encuentro docente-estudiantes es el choque de dos generaciones diferentes. Quien es “adulto”, juzga muchas veces las acciones y actitudes de los estudiantes como inmaduras. Error. Cuán útil y ventajoso resulta interesarse por lo que a niños, niñas, adolescentes y jóvenes les captura su atención y que nosotros, los “adultos”, consideramos irrelevante, insulso y sin importancia. Debemos entender que las realidades en las que ellos centran su atención no son simples “tonterías” o cuestiones vacías de sentido, son sus intereses. Y cuando tocamos los intereses de una persona, casi que tocamos a la persona misma.
Atender a lo anterior, es aprender de ellos. No nos mintamos, es más lo que un buen docente puede aprender de sus estudiantes, que lo que ellos aprenden de un “profe sabiondo”. Recuerda, casi todo está en Internet, si algo los inquieta, ellos hacen clic. Aprendamos más de ellos y con ellos, así podremos enseñarles mejor.
Referencia:
- Martín-Barbero, J. (2009). Cuando la tecnología deja de ser una ayuda didáctica para convertirse en mediación cultural. Revista Electrónica Teoría de la Educación. (vol. 10 no. 1).
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